
Cuando el trabajo sexual es una elección
En pleno siglo XXI, sigue habiendo profesiones que generan debate...
Leer másProstitución voluntaria: cuando el trabajo sexual es una elección libre y sin vergüenza
En pleno siglo XXI, sigue habiendo profesiones que generan debate, juicios morales y estigmas sociales. La prostitución es una de ellas. Pero no todas las personas que ejercen el trabajo sexual lo hacen por necesidad o bajo coacción. Existen muchas mujeres —y hombres— que eligen este camino de forma voluntaria, conscientes de lo que hacen, orgullosas de su independencia, y que consideran su actividad una profesión legítima como cualquier otra.
Trabajo sexual: una decisión personal
Las trabajadoras sexuales que ejercen de forma voluntaria no necesitan ser salvadas ni redimidas. Muchas lo hacen porque les resulta rentable, porque prefieren ser sus propias jefas o porque han descubierto que el sexo no tiene por qué ser un tabú. Algunas tienen estudios, otras han dejado empleos mal pagados, y todas coinciden en algo: nadie debería decirles qué pueden o no hacer con su cuerpo.
Estas profesionales no viven en la clandestinidad ni arrastran vergüenza por lo que hacen. Al contrario, muchas se organizan, comparten sus experiencias en redes, participan en asociaciones y luchan por el reconocimiento legal de su trabajo. No quieren ser invisibles ni tratadas como víctimas automáticas.
El estigma no viene solo de los moralistas
Paradójicamente, uno de los mayores frentes de estigmatización que enfrentan estas mujeres no proviene de sectores conservadores o religiosos, sino de parte del feminismo abolicionista. Un sector del feminismo insiste en que toda prostitución es violencia y explotación, incluso cuando no hay proxenetas, ni trata, ni coerción. Para estas feministas, ninguna mujer puede desear vender servicios sexuales, por lo tanto, todas están alienadas o manipuladas por el "patriarcado".
Este discurso niega la capacidad de decisión de las propias trabajadoras sexuales. No se las escucha, se las borra. En lugar de apoyar su derecho a trabajar en condiciones dignas, se promueve la abolición de la actividad y se impulsa la criminalización del entorno que las rodea. Esto no solo empeora su situación laboral y su seguridad, sino que también perpetúa el estigma.
¿No es más feminista defender la libertad?
El feminismo, en su esencia, debería defender el derecho de cada mujer a decidir sobre su vida, su cuerpo y su trabajo. Debería proteger a quien quiera salir de la prostitución, pero también a quien quiera quedarse. La verdadera libertad incluye opciones que no todas compartimos.
Forzar a las trabajadoras sexuales a dejar su oficio, tratarlas como si no fueran capaces de pensar por sí mismas o imponer un modelo único de empoderamiento es, en sí mismo, otra forma de dominación.
Conclusión
Las prostitutas que ejercen su trabajo de forma libre, sin vergüenza y con total conciencia merecen respeto, protección y derechos laborales. No necesitan ser invisibles, ni salvadas, ni sermoneadas. Necesitan ser escuchadas.
Y si hablamos de libertad, hablemos de todas las libertades, no solo de las que encajan con ciertas ideologías.